jueves, 21 de agosto de 2014

Unas tetas nuevas

A mí las tetas me crecieron a lo bestia. Una noche, cuando tenía 8 años, me tumbé boca abajo (postura en la que duermo desde que soy pequeña) y de pronto tuve que levantarme corriendo porque una teta me dolía muchísimo. Avisé a mis padres y cuando me tocaron el pecho notaron un gran bulto, duro y bastante grande que les hizo preocuparse, más que yo. Un pecho tenía un bulto enorme y el otro absolutamente nada. Ante la insistencia de mi padre (hombres, jijijiji), me llevó al ambulatorio a aquellas horas para confirmar que sí, que efectivamente me estaba creciendo el pecho y que, tenía un año para crecer de estatura, porque no tardaría en bajarme la regla. Cosas que dicen los médicos, aunque yo en aquel entonces era de las niñas más altas de la clase y desde luego la más desarrollada y, por desgracia, poco más crecí (ahora soy menudita, como me dice LadyA). La regla bajó poco más de un año después :'( Jamás olvidaré las palabras de aquel doctor.

Así que siempre he tenido buenas tetas, más gordas de lo que me gustarían porque cuando te sales de "lo normal" pues es difícil encontrar sujetadores en las tiendas en las que compran tus amigas, pero tampoco una exageración. De mis amigas era la que más tetas tenía, del círculo de amigas de ahora desde luego me ganan muchas, cómo cambian los tiempos. Pero gracias a la juventud la gravedad no había hecho estragos.

Cuando me quedé embarazada, leía revistas y libros que nada tienen que ver con mis sentimientos y pensamientos de ahora sobre la maternidad y, aunque me creí informada, nada más lejos de la realidad. Recuerdo que embarazada de Bichito hubo gente que me dijo en varias ocasiones que después de dar el pecho mis tetas iban a quedar fatal. Ante aquellos comentarios y, como mi marido se dio cuenta que me empezaba a afectar, me dijo que si después de dar el pecho a nuestros hijos yo quisiera operarme, buscaríamos al mejor cirujano para ello costara lo que costara.

Ains, qué estúpidos éramos entonces. ¿Por qué? Porque en aquel momento en el que todavía no había parido a mi bebé, el pecho sólo tenía connotación sexual y estética, pero una vez que pasó a ser su función primordial que es la de amamantar, aquél pensamiento fue distorsionándose hasta desaparecer.

Pensaréis, ¿a qué viene todo esto? Pues porque un par de conocidas acaban de ponerse un par de tetas nuevas. Y yo las miro, desobedeciendo la ley de la gravedad, duras y colocadas en su justa medida y me miro las mías, llenas de leche, redonditas y cálidas. Que sí, que las tengo caídas, que me pesan un montón y que estéticamente no son perfectas, pero últimamente me las miro y remiro en el espejo o desde arriba y siento amor y ternura hacia mis pechos. Debido a las subidas de leche mi piel del pecho se ha distendido un poco y debido al peso (y a la gravedad) también se ha caído, aunque mi piel sea flexible estos cambios son notables en él.

Todo esto me ha hecho pensar mucho sobre aquella conversación de hace unos años con mi marido y soy feliz tal y como soy. Mis tetas me definen, son parte de la crianza de mis hijos, cada centímetro de su composición es absolutamente perfecta, me generan placer cada día mientras amamanto a mis hijos. Gracias a mis tetas mis hijos han tenido y tienen el alimento idóneo para ellos, en exclusiva hasta los 6 meses y ahora hasta que nosotros queramos. En este momento son unas de las partes más importantes de mi cuerpo, me siento orgullosa de ellas y jamás las cambiaría.

Y vosotros, ¿alguna vez pensasteis sobre este tema?