Para una madre como yo, que cree en la crianza respetuosa, que respecta los ritmos de sus hijos, que defiende la lactancia materna o, como diría mi marido, una friki de la teta, destetar a sus hijos sin elección es una de las decisiones más duras y difíciles que he tenido que afrontar.
Según recoge el Comité de Lactancia Materna de la AEPED:
La estimulación mamaria inducida por la succión tiene efecto sobre la liberación de oxitocina, que es una hormona que produce contracciones uterinas. Por ello debe evitarse esta estimulación durante la gestación en algunas situaciones especiales, como en embarazos múltiples, antecedentes de abortos o partos prematuros.
Yo no tengo antecedentes de abortos ni embarazo múltiple, pero lo único que podía separarme de dar el pecho a mis hijos eran ellos mismos o una amenaza de parto prematuro.
No ha habido elección, he tenido que destetar a mis dos hijos sí o sí, aún sabiendo que las contracciones no vienen por lactar, que tienen más que ver con la infección de orina y la falta de descanso. Pero no ha habido opción, porque mi Pizquita tiene tan solo 23 semanas.
Llegar del hospital aquel domingo, aterrada, muerta de miedo por la posibilidad de perder a mi hija y escuchar los gritos y llantos de mi hijo cuando su padre intentaba llevárselo a la cama, jamás podré olvidarlo. Esa necesidad mutua de compartir nuestro momento, nuestra rutina, nuestro amor nos desgarraba a los dos. Le pedí a mi marido que me lo acercara, que así ni él ni yo podíamos estar. Se acurrucó en mis brazos, cogió su tetita y a los cinco segundos le dije: "¿¿Otra??" y él, con una sonrisa en sus labios, canturreó: "!!!Otra, otra, otra!!!". Le puse en el otro pecho y cinco segundos después le dije: "Pequeñín, ya" y la soltó. Se dejó atrapar por los brazos de su padre, me dijo adiós con la manita y se fue a dormir tan contento.
Así hemos hecho cada día, intentando que no haga ninguna toma a lo largo del día, dándole el chupete, abrazándole, queriéndole y mostrándole el amor que siento por él, pero que no puedo amamantarle. Se lo he explicado cuando me pide, cuando se acerca a mí y me pide teta o me acaricia el pecho o me estira del pezón: "Mami no puede, está malita, pero cuando se recupere podrá volver a darte tu tetita". Él me mira, se echa sobre mi hombro, se mete su dedo gordo en la boca y se canturrea mientras le acaricio la cabecita. Es muy doloroso querer y no poder, obligarle a pasar por ello sin que él esté preparado, es tan pequeño...
Ayer le acosté yo y fue la primera vez que no tomó en todo el día. Sentí que algo en mi interior se resquebrajaba. Lloré mucho anoche, lo que me produjo muchas contracciones y un sentimiento de culpa horrible.
Mi Bichito no me ha vuelto a pedir, consciente de que mami está malita, no ha reclamado su tetilla en ningún momento, ni parece que lo añore a simple vista. Sin embargo, desde que estoy mala se mea encima repetidamente y hasta se ha hecho caca en un par de ocasiones. También le ha dicho a mi madre a la salida del cole algo así: "Cuando mi mamá se ponga bien, vendrá a buscarme al cole, ¿a que sí?".
Dejar de amamantar a mis hijos no ha sido una elección, por el bienestar de mi Pizquita he tenido que hacerlo y de una forma bastante radical. He tenido la suerte de que no he modificado el cuello del útero lo que me ha dado unos días para poder darnos un respiro e intentar que fuera un poquito menos traumático, sin embargo, a mí me está resultando horrible.
Me siento rota, abatida, me descubro sonriendo recordando mi último momento con mi Pequeñín. Fue esa misma tarde mucho antes de que empezaran las contracciones. Él estaba muy cansado porque era la hora de la siesta y estábamos comiendo con las amigas después de una mañana agotadora en una ludoteca en el evento que Medela preparó relacionado con la lactancia materna. Estuvo mamando mucho tiempo y se durmió en mi pecho. Podría hacer unos 6 meses que aquello no ocurría y yo me sentí exultante, enseñándole a mi marido la preciosa estampa de nuestro hijo durmiendo con la tetita en la boca y contándoselo a las amigas que nos acompañaban a la mesa. No cabía en mí de gozo, mi Pequeñín entre mis brazos totalmente dormido mientras se le escurría el pezón por su boquita. Y cada vez que sueño con ello, ya sea despierta o dormida, lloro de pena.
Hoy llevo desde las 4 de la mañana despierta porque he soñado con ese momento y pensar que no volverá a ocurrir, me angustia. Me pregunto si mi Pequeñín querrá tomar de nuevo teta, si dentro de unas semanas, cuando el peligro haya pasado, podremos volver a intentarlo. Quizá sea forzar las cosas y sea mejor esperar a dar a luz a mi Pizquita.
Cuando miro a mi Bichito me pregunto cuándo mamó por última vez y siento mucha tristeza porque me da la sensación de que ella ya no volverá a hacerlo nunca. Tenemos muchísimo momentos mágicos, únicos e irrepetibles, que nunca olvidaré, como la primera vez que la amamanté. Pero la miro y me da la sensación de que lo está pasando mal, que prefiere no hablarlo conmigo porque no me ve bien y me siento fatal por no sentarme con ella y explicárselo de una manera que pueda entenderlo sin que me ponga a llorar.
Encima mis pechos han crecido muchísimo debido seguramente a la falta de amamantamiento, me duelen mucho y tengo obstrucciones que sólo puedo intentar aliviar con masaje. Cuando me veo en el espejo o me ducho y me fijo en mis senos siento inútil esa parte de mi cuero que tan buenos momentos me ha hecho compartir junto a mis hijos. Aún teniéndolos llenos de mi preciado oro líquido en este momento los siento vacíos y yo siento que he fallado a mis tres hijos.