Tuve episodios de contracciones los días previos, contracciones de esas que crees que terminarán animándose, pero nada. Sobre todo las del viernes por la tarde, a punto estuve de llamar a mi madre, pero justo cuando fui a hacerlo, empezaron a espaciarse y desaparecer.
El sábado me levante con tan buena cara como los demás días, cada día mi marido me decía, qué buena cara tienes, hoy tampoco das a luz y yo me miraba en el espejo y me decía, no, hoy tampoco. Encargué el pollo asado como cada semana y a las 14:00 empezamos a comerlo. Creo que mientras ponía la mesa me dio alguna contracción fuerte, que mi marido intentó quitar importancia para que mis hijos no se asustaran. Comí, el pollo me sabía riquísimo y aunque alguna vez tenía que levantarme de la mesa por el dolor, mi marido en todo momento se encargaba de hacer alguna gracia para que mis hijos no estuvieran preocupados por mí.
A las 15:00 los acostamos la siesta y le di el pecho a mi Pequeñín. En ese momento empezaron las contracciones más fuertes, de hecho darle el otro pecho fue algo muy complicado porque me dolía mucho, pero él se puso a llorar al ver que me planteaba no dárselo y le di un poquito. Las contracciones eran fuertes, pero aguantables, como las del día anterior. Le pedí a mi marido que me llenara la bañera con agua caliente y que no sabía si llamar ya a mi madre o qué, vacilé unos minutos y, de pronto, se rompió la bolsa y me mojé, como si me meara encima sin mearme, así que avisamos a mi madre mientras me metía en la bañera para aguantar mejor el dolor.
Las contracciones se espaciaron un poco, dolían bastante, pero con respiración, movimientos y el calor de agua, las aguantaba bastante bien. De pronto empecé a tener ganas de empujar, mi madre se estaba retrasando mucho y yo sabía que a mi Pizquita la quedaba muy poco para salir. Mi marido la llamó y como estaba aparcando salí de la bañera y me vestí, mientras ella subía. Entonces las contracciones empezaron a doler mucho más, mientras me ayudaban a vestirme, mi marido me daba masajes en los riñones para sobrellevar el dolor. Pasé por la habitación de mis hijos para darles un beso en el culo y despedirme. Salíamos por la puerta a las 16:00 y yo sentía a la niña presionando y abriéndose camino para salir. Como el hospital está bastante cerca, intentamos llegar.
Desde mi casa hay dos formas de ir al hospital, por el pueblo y por la autopista. Por el pueblo vamos los días que hay tráfico, porque la autopista está colapsada, pero a mi marido se le ocurrió la brillante idea de ir por el pueblo un sábado a las 16 de la tarde. Y yo, que siempre, siempre, siempre le discuto por dónde tiene que ir, esta vez le dije que fuera por donde él quisiera, que él conducía. Tropecientas rotondas después y con contracciones de expulsivo, me di cuenta que nos habíamos equivocado. Menos mal que mi marido soltaba alguna gracia mientras yo me veía pariendo en el coche.
Paró el coche en la puerta de urgencias mientras yo contraía los músculos para que mi hija no saliera. Se nos había olvidado la tarjeta, pero la chica de admisión empezó a relatar mis datos mientras yo le decía, una silla, estoy en tensión para que no salga. No podía ni sentarme, sólo sujetarme con los brazos y el cuerpo en tensión porque si me relajaba mi hija nacería en ese mismo momento. Me fueron a pasar por historia pero le dije que corrieran que salía y dos celadores junto a mi marido me llevaron rápidamente por los pasillos a ginecología. Por protocolo mi marido no entró porque iban a reconocerme, la matrona que me vio entrar era aquella chica tan dulce que en dos de las tres ocasiones de contracciones me había atendido con tanto cariño. Cuando les dije que ya nacía, me llevaron al paritorio. Me quité las zapatillas, me bajé los pantaloness y me apoyé atravesada en la cama, con el culo apoyado sobre mis puños y entonces, al relajarme al fin, nació mi hija, mientras yo subía las piernas. Escuché no empujes, trae una circular muy apretada, respiré, empujé y dos segundos después tenía a mi hija mitad en mi barriga mitad en mi camiseta. Avisaron a mi marido, que no pudo ver cómo nacía su hija a las 16:20, 1 par de minutos después de entrar por la puerta del hospital. Pequeñita, con una vuelta de cordón bastante apretada en el cullo y en el brazo, algo morada, pero absolutamente preciosa. Las auxiliares me ayudaron a desnudarme del todo y poder tener a mi hija piel con piel.
Avisaron a mi marido que tenía que quitar el coche y entonces la enfermera me dijo que le diera a la niña para que se la llevara a la cuna y reconocerla. La dije que no, que no se la llevaba, que la niña estaba perfectamente y que no la separaba de mí, que si quería reconocerla podía hacerlo encima mía. Me dijo que no lloraba y que quería que llorara, que no tenía buen color. La matrona intervino la dijo que estaba recuperándolo porque venía con una circular muy apretada, que la niña respiraba perfectamente y que la dejara conmigo. Discutimos y yo la dije que no, que a lo sumo la dejaba que la cogiera mientras yo me colocaba correctamente sobre la cama, dado que estaba atravesada en la cama con medio cuerpo fuera y con la cabeza colgando. La cogió, mi hija lloró y me la devolvió. Quiso cortar el cordón de forma prematura cuando por el cordón recibe oxígeno además de por sus estrenados pulmones. Ya tumbadas las dos, el color de mi Pizquita era mucho más natural y ya entonces cortó el cordón que nos ha unido todos estos meses. Me habría encantado que lo hubiera hecho mi marido, como con sus otros dos hijos, pero las circunstancias no permitieron que así fuera. Como él dice, 2 de 3 es una buena media.
He de reconocer que estaba muy cansada, agotada físicamente, pero absolutamente enamorada de mi Pizquita, mi pequeña. Tan bonita, con esos ojitos que me miraban sin verme, con ese perfume tan increíble. Es absolutamente perfecta.
Yo me libré de la vía, de los monitores y de todo, sólo intervinieron para cogerla y punzar el cordón, cuando parí. La matrona vino a verme porque me recordaba de aquellas dos veces que me atendió, me dijo que había estado mirando mi informe y que jamás hubiera imaginado que habría llegado a la 39 con aquellas dinámicas que tenía. Me explicó que la peque salió con la bolsa y que lo que yo creí como una rotura de bolsa, fue una fisura superior. Si la bolsa se hubiera roto, la niña habría nacido en casa. También me comentó que si no llega a venir con la circular y la vuelta en el brazo, tampoco hubiéramos llegado al hospital. Fue un cúmulo de casualidades que me permitieron ser asistida con un parto totalmente natural en el hospital.
Yo me planteé el hecho de un parto en casa, pero mi marido prefería que diera a luz en el hospital y en mi hospital siempre me han respetado. Yo creo que si me hubiera quedado en casa mi hija habría nacido cinco o diez minutos antes. Tuve un parto natural maravilloso, un parto esprés, sin un sólo punto y excepto por la rapidez, muy tranquilo. Lo único que lo siento es por mi marido, que no pudo disfrutarlo como con los otros dos, pero que se alegra enormemente porque su hija está perfecta y yo me encuentro muy bien.
Pizquita se agarró al pecho en el paritorio y desde entonces apenas lo suelta. Tanto es así que el lunes nos dieron el alta habiendo cogido 30 gramos. Teníamos a las enfermeras anonadadas, porque no sólo no perdió sino que cogió peso. La primera noche fue un poco difícil, pero a partir de las 4 de la mañana y pegadita siempre a mí, descansamos un par de horas. La segunda noche fue mucho mejor y siempre y cuando esté pegada a mí, en mi pecho, ella es la niña más feliz del mundo entero.
Tenemos un montón de anécdotas que contarles a nuestros hijos, por ejemplo, que la hora de ingreso de mamá es 14 minutos después de que mi Pizquita naciera. Momentos maravillosos que hemos vivido y que hemos disfrutado al máximo juntos.
Ya somos 5, familia numerosa, y por fin hemos Construido nuestra gran Familia. Gracias por todo vuestro cariño y por compartirlo con nosotros.